En febrero el agua del Lago Chapala parece un espejo, y en él se reflejan lanchas, aves y los domos volcánicos que rodean al embalse natural más grande de México. En el norte del lago hay una decena de pequeños pueblos, conocidos como la Ribera de Chapala, donde se vive en modo relajado: la calma y el silencio emanados del lago se difunden, y la violencia que da de qué hablar en otras regiones del estado Jalisco, por acá no se siente. Uno de estos pueblos es Ajijic, que en el idioma ancestral mexicano, el náhuatl, quiere decir “lugar donde brota el agua”. Y en efecto: aquí el agua hace que la brisa llegue fresca, menos seca, y que las temperaturas, incluso en el verano, no sobrepasen los 30°C.
El primer turista estadounidense llegó a Ajijic, a 50km de Guadalajara, una de las tres ciudades más importantes del país, en el siglo XIX. Hoy son más de 10.000 los estadounidenses que viven en lo que ellos mismos suelen llamar, con orgullo y algo de humor, “el pueblo más gringo de México”.
Y se dedican a caminar por el majestuoso malecón, dar clases de inglés a mexicanos, hacer voluntariado, tomar clases de arte o cerámica o participar de eventos “para gringos”, como las noches de trivia.
“Vivo como un rey”, dice Keith Starling, un estadounidense retirado acá hace 4 años. “Parece que hubo una intervención divina para traerme aquí”, añade, vestido con una guayabera yucateca.
La mayoría de estos estadounidenses —sumados a unos cuantos canadienses— son jubilados que aquí le sacan más provecho a su pensión. Tras la pandemia, sin embargo, el promedio de edad ha ido bajando a punta de migrantes jóvenes que trabajan remotamente o quieren un estilo de vida distinto.
“La gente en EEUU me pregunta todo el tiempo si estoy seguro aquí”, dice James Burns, un historiador de unos 50 años que llegó hace 5 años. “Y la verdad es que me siento mucho más seguro en México que en Estados Unidos”.